Cuando un 31 de octubre, hace 498 años, Martin Luther
(Martín Lutero, según esa espantosa costumbre de “traducir” los nombres de las
personas) clavaba sus 95 tesis en la puerta de la Iglesia de Wittenberg, era
difícil imaginar que estaba cambiando para siempre el destino del cristianismo
y del mundo occidental en general. Fue el puntapié simbólico de la Reforma, que
luego sería conocida como “protestante”, un movimiento que en sus diversas
manifestaciones, con sus luces y sombras, sacudió profundamente los cimientos
de la sociedad medieval, transformando las estructuras religiosas, políticas y
sociales, e influyendo para que el mundo sea de la forma en que lo conocemos
hoy.