De la visita del Papa Francisco a EE.UU. puede decirse cualquier cosa, menos que vaya a pasar desapercibida. Existe una gran expectativa en torno a esta visita, tal vez impulsada por el particular carisma del actual líder mundial de la Iglesia Católica (que resulta indudablemente magnético para mucha gente y para los medios masivos de comunicación).
Entre las múltiples reacciones que el viaje del Papa ha desencadenado, me llama especialmente la atención las que hacen foco en el tema de la libertad religiosa. Cualquiera que conozca aunque sea lo mínimo sobre teología protestante sabrá que no sólo el protestantismo surgió como una reacción a ciertas doctrinas y prácticas de la Iglesia Católica medieval, sino que desde la perspectiva de una parte de las iglesias protestantes más conservadoras el catolicismo representa una constante amenaza para la libertad religiosa, especialmente en la medida en la que su autoridad religiosa se entremezcle con el poder civil. Desde ese punto de vista, no es sorprendente que la visita del pontífice católico al país más poderoso del mundo genere expectativas. Sin embargo, de lo que he leído y escuchado hasta ahora, no tengo claro cuáles son las alegaciones concretas acerca del riesgo que suponga que el Papa visite un país y exponga sus ideas, las que desde luego derivan de las doctrinas de su religión. Impedir que un líder religioso visite un lugar o exprese su pensamiento, por el contrario, sí sería una limitación a la libertad religiosa. Otra cosa, y aquí sí me parece que debe poner el ojo quien esté preocupado por la protección de la libertad religiosa, son ciertas condiciones en las que se produce esa visita.
En primer lugar, la atención brindada a un líder religioso no debería diferir –en su naturaleza- de la brindada a otros líderes religiosos. Es evidente que a cualquier político le llama más la atención la cercanía con el guía de 1.200 millones personas que el encuentro con un dirigente de una pequeña minoría religiosa, algo que los gobernantes argentinos han sabido demostrar sin demasiado disimulo. Sin embargo, las autoridades civiles deben recordar que el poder estatal no debería usarse nunca para apoyar o respaldar a una religión por encima de las demás. El espectáculo que brindan los presidentes argentinos asistiendo cada Día de la Patria al Te Deum -donde son oportunamente ilustrados por un ministro religioso católico sobre cómo conducir los destinos del país- no tiene paralelo con ninguna otra religión, dejando claro para todo el mundo cuáles son las únicas ideas religiosas que tienen importancia para los gobernantes argentinos. Este es un tema que sin lugar a dudas Estados Unidos tiene mucho más en cuenta, aún a pesar de las distorsiones que en la práctica se puedan generar.
Otro aspecto a tener considerar es el de los costos económicos relacionados con la visita de un líder religioso. En Argentina es un tema que está –en mi opinión de manera lamentable- ya resuelto: el Estado soporta económicamente, y lo dice sin empacho, el culto católico. Pero, si bien la Iglesia Católica es la única que recibe aportes directos del Estado con cargo al presupuesto nacional, es evidente que la falta de sensibilidad social sobre el tema permite que los líderes gubernamentales apliquen dineros estatales a cuestiones religiosas sin demasiados problemas. Un botón de muestra: el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y candidato presidencial, Mauricio Macri, está siendo criticado por la forma en la que el Estado porteño financió la visita del líder new age Ravi Shankar, y no tanto por el hecho mismo de financiar con dineros públicos una actividad religiosa. Este tema preocupa un poco más en EE.UU, donde se está presionando a las autoridades a no financiar las actividades religiosas del Papa durante su estadía en aquel país. Aquí hay una dificultad extra, porque Francisco es a la vez líder religioso del catolicismo y jefe de Estado del Vaticano, una dualidad que la Iglesia Católica ha sabido aprovechar en diversas circunstancias. Lo que se pide, por tanto, no es que deje de recibírselo como a una visita de Estado, sino que se evite apoyar económicamente sus actividades religiosas: por ejemplo, que no se financie con fondos estatales la transmisión de la misa que realizará en Philadelphia. Así y todo, la visita de Juan Pablo II en 1987 le costó a EE.UU. USD5.700.000, y al Estado de Florida USD1.500.000 más. Cuando el mismo pontífice llegó a Philadelphia en 1979, el gobierno se encargó de construir una plataforma gigante para que oficie una multitudinaria misa. Corrió también con los gastos de alquilar y colocar sillas, equipos de sonido y decoración para la celebración religiosa. Tiempo después, la Corte Federal de Apelaciones sentenció que aquellos gastos eran inconstitucionales.
En resumen, creo que la visita de Francisco a EE.UU. es una buena ocasión para reflexionar sobre muchos asuntos, y entre ellos para discutir el tema de la libertad religiosa. No lo haría yo desde la perspectiva de las doctrinas religiosas y las interpretaciones escatológicas, que sin dudas tienen su propio espacio pero que poco o nada tienen que ver con la libertad religiosa propiamente dicha. Sí, en cambio, podemos aprovechar para pensar modos en que la religión y el Estado puedan convivir de una forma armoniosa y de la forma más respetuosa posible con la libertad de todas las personas.
UPDATE (24/09/2015): Recientemente se ha anunciado que una fundación católica ayudará a cubrir los gastos ligados al encuentro que el Papa presidirá en Philadelphia. No obstante, es probable que los fondos provistos no alcancen para financiar todos los gatos en los que incurrirán las ciudades y estados que recibirán la visita papal.
UPDATE (24/09/2015): Recientemente se ha anunciado que una fundación católica ayudará a cubrir los gastos ligados al encuentro que el Papa presidirá en Philadelphia. No obstante, es probable que los fondos provistos no alcancen para financiar todos los gatos en los que incurrirán las ciudades y estados que recibirán la visita papal.
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